Aprendizaje a fuego lento
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Muchas veces pensamos que todo tiempo pasado fue mejor. Nos inunda la nostalgia y añoramos nuestra niñez. Recordamos los juegos, los amigos del barrio y de la escuela, podemos sentir la paz que teníamos cuando no existía la tecnología que hoy es el eje rector de nuestro proceder. Sin embargo, actualmente, nos encontramos en una realidad distinta, en la cual los niños piensan de diferente manera y a ritmos que no se asemejan a los de sus antecesores. Los niños de hoy son inmediatistas, rápidos, vienen con un chip que nosotros no teníamos: el “chip robótico”. A la nueva generación se le denomina con el término de “nativo digitales”, es decir, pueden realizar varias actividades de pantalla a la vez.
La publicidad que recibimos, entonces, es que debemos potenciar la inteligencia de nuestros hijos de los cero a los tres años con ventanas de oportunidades plasmadas en aplicaciones tecnológicas que estimularán el potencial de los mismos (L´Ecuyer, 2016). Muchas veces hemos caído tentados por esta publicidad y hemos considerado válido que nuestros hijos se suban al tren de la tecnología para no quedarse atrás. Sin embargo, estos argumentos publicitarios carecen de fundamentos educativo-científicos. Me voy a referir en este punto al término “neuromito”, el cual hace referencia a los mitos neurológicos que se han creado y que están relacionados al aprendizaje. El primer neuromito es que utilizamos únicamente el 10% del cerebro. El profesor de neurociencia cognitiva, Barry Gordon, investigador del Johns Hopkins Hospital dice que “usamos virtualmente cada parte del cerebro, casi todo el cerebro está activo casi todo el tiempo” (citado en L´Ecuyer, 2015). El segundo neuromito es que la inteligencia no tiene límites. Si sería así, seríamos especies de semidioses. No solo que la inteligencia es limitada, sino también lo es la memoria. Creemos entonces que más es mejor, que a mayor información, mayor aprendizaje. Que a mayor estímulo, mayor inteligencia.
Con esta premisa, procuramos tener hijos que sepan de todo y que lo sepan bien y que, además lo demuestren en su rendimiento escolar y a parte de todo esto, sepan tocar un instrumento musical, practiquen y se destaquen en algún deporte, tengan muchos amigos, es decir, sin darnos cuenta exigimos en nuestros hijos más de lo que pueden dar. Lo hacemos de buena fe, estoy segura, sin embargo, creo importante respetar sus intereses, su ritmo, sus pausas, y sobre todo, su personalidad, que delinea el camino de su proceder y de su felicidad.
La huella que dejamos en la educación, tanto padres como maestros no solo se reflejará en los niños, sino también en el futuro de la humanidad. Citando a Kundera: “Los niños no son el futuro porque algún día vayan a ser mayores, sino porque la humanidad se va a aproximar cada vez más al niño, porque la infancia es la imagen del futuro”. El asombro es fantástico y se da cuando ven un gajo de mandarina o cuentan los pétalos de una flor. La calidad radica en el aprendizaje a fuego lento y no en una olla de presión.
Bibliografía:
L´Ecuyer, C. (2015). Educar en la realidad. Plataforma Editorial: Barcelona.