La verdad del nacer
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Cuando me encuentro con mis amigas para disfrutar de una reunión alrededor de un café y comenzamos a ponernos al día, me preguntan cómo están mis hijos adolescentes (mellizos varones que cumplirán 17 años). Comienzo a contarles sobre sus fiestas, amores, desamores, travesuras, amigos y todo lo que conlleva ser mamá de adolescentes…su respuesta, con ojos expectantes es “¡Qué miedo!”.
Calmadamente, les contesto que me encanta tener hijos compañeros y siendo una mamá joven aún (o al menos, así me siento), me ha sido muy grata esta etapa de la vida y se ha convertido en todo un universo maravilloso de crianza. Por un lado, veo hacia atrás y pienso que cada día, cada momento vivido, cada preparación para contarles las cosas importantes de la vida, han valido la pena. Ahora los veo convertidos en chicos seguros y sobretodo, con mucha confianza en si mismos. Recuerdo que cuando tenían cinco años me preparé con mucha prolijidad para contarles acerca de la reproducción humana. Con mi libro de los años 70´s “Una historia maravillosa: La verdad del nacer” (Gendron, 1979), los convoqué a una reunión en mi dormitorio. Ellos sentados en mi cama, yo frente a ellos, enseñándoles el libro (que a pesar de ser de hace muchos años, refleja el mismo procedimiento para hacer bebés), me miraban con cierto asombro. Yo, con manos sudorosas, les explicaba con mímica de las manos cómo el espermatozoide fecunda el óvulo, además les hablaba del polen, la abejita y la flor. Se quedaron tranquilos y yo aliviada de haber sido la transmisora de esta información. Ese día decidí que seré yo quien esté abierta y presta a contarles las verdades de la vida, de lo bueno y lo no tan bueno, de lo que nos hace sonreír y de lo que nos hace llorar, de la vida y de la muerte, del amor y del dolor, de la amistad y de la traición. Así, sin más ni más, de los avatares de la vida.
Ahora, el sitio de reunión de los amigos de mis hijos es mi casa, se sienten cómodos y yo feliz, pues en una era digital, en la cual debes imaginarte los amigos de tus hijos, es maravilloso poderles ver en casa y conocer más de ellos.
Entonces, a lo que voy es a que la crianza sea natural, que sea fluida, que sea a base de amor, de miradas cómplices, de abrazos y mimos y también de disciplina asertiva.
Reafirmé que voy en buen camino cuando hace poco fui con uno de ellos y sus 60 compañeros de quinto curso de bachillerato a su paseo de fin de año. Ninguna mamá aceptaba el cargo y entonces, pensé que era una oportunidad única de vida para conocer más a mi hijo y su entorno social. Vi como espectadora sonreída los coloridos 16 años de la juventud llena de energía y sueños. Nunca me alarmé de nada, solo traté de que se sientan seguros con mi presencia y tranquilos con mi protección. Decidí nuevamente que todo debe fluir y que lo impuesto, aleja.
A pesar de tener una relación maravillosa con mis hijos, no me considero su amiga. Amigos tienen muchos, mamá y papá tienen solo uno. No confundamos ser buenos padres con ser amigos de nuestros hijos. La complicidad, confianza, los lazos de unión, las largas conversaciones, deben venir acompañadas de la protección que les debemos dar como padres, del abrazo consolador, de la palabra adecuada en momentos necesarios y de los límites que tanto buscan.
Entonces, nada de miedo de la adolescencia de nuestros hijos, por el contrario, ilusión y entrega en nuestra paternidad para lograr hijos seguros y listos para la vida.